lunes, 28 de julio de 2008

Microcuento


Talento

Pido la revista al bibliotecario y me siento en una de las mesas de la hemeroteca. Abro la revista. Ojeo cada página de atrás hacia delante. Busco con ansiedad. No lo encuentro. No está mi cuento. No está mi nombre. Miro con cuidado, me rasco la nariz y observo el índice de la revista. No está, concluyo. Respiro tranquilo. Con alivio alzo la cabeza y me pongo de pie. Salgo, camino rápido hasta mi casa. Llego y enciendo el computador para ponerme a escribir. Comienzo y lo hago con vértigo. Escribo una o dos páginas. Al redactar la última frase, descanso. Luego releo. Corrijo. Duermo. Al otro día despierto y acostado en mi cama vuelvo a leer lo escrito la noche anterior. No hay remedio, creo. Al terminar, boto la hoja a la basura. Me levanto, tomo la toalla y voy a la ducha, convencido de que nunca podré ser escritor.