martes, 21 de octubre de 2008

Microcuento


Irremediable

Llega al séptimo piso y desde la puerta del ascensor ve el aparato con el que soñó toda la noche. No ha podido dormir, el ruido de la máquina se ha quedado viviendo en su cabeza. La noche la pasó en vela, entre los números de las transacciones y ese ruido extraño que nunca había oído. Últimamente ha sido así, casi no duerme y cuando puede, su esposa le ha dicho que se pone a hablar. Ella trata de despertarlo, pero es inútil mijo, le dice, sumercé sigue hablando. En la mañana se levantó, desayunó y llegó al banco en taxi. Ya tiene sueño y apenas son las ocho. Dicen que el aparato donde ahora tiene que hacer todas las operaciones diarias como auditor del banco es un computador, el primero que llega a Colombia. Él no sabe bien cómo funciona. Apenas maneja lo que tiene que manejar. Los gringos que vinieron a instalarlo y que se demoraron una semana haciéndolo, fueron quienes lo capacitaron para que aprendiera a manejar esa gigantesca máquina que ocupa todo un piso del edificio. De eso a hoy, han pasado unas semanas y día a día el ruido es más insoportable y teme por su salud. Varios de sus compañeros que también recibieron la capacitación, han tenido que ir al médico. Tres de ellos ya han sido internados en una clínica de reposo y al resto les han formulado algunas dosis de calmantes. Todo por culpa de ese ruido. Pero qué le vamos a hacer, piensa, cuando cruza la puerta del ascensor y se dirige a su escritorio. En el camino se encuentra con el doctor Valencia, el ingeniero de sistemas –el único ingeniero de sistemas que existe a un par de millones de kilómetros a la redonda. Lo saluda, buenos días doctor. Cómo está, contesta Valencia, y ambos siguen de largo. Busca en qué sentarse y comienza a revisar los cheques de algunos clientes. La mañana que parece eterna, transcurre sin problemas. El computador sigue su ruido incesante y él a eso de las 11 comienza a bostezar.