viernes, 28 de noviembre de 2008

Microcuento

Sangre de verdad

Siento chuzones en las plantas de los pies. Pareciera que con un alambre de púas alguien me raspara la piel. Me muevo, tratando de no sentir aquella sensación. Momentáneamente desaparecen, pero nuevamente siento aquellas punzadas tan extrañas. Doblo las rodillas y trato de patear aquello que me fastidia y que no sé qué es. Me defiendo sin poder abrir los ojos. Siento un colmillo enterrándose en mis dedos. Todo está oscuro, difuso y sin salida y me muevo tratando de salir de aquella situación. De repente, dejó de sentir eso que me picaba los talones. Todo queda en calma unos instantes. Estoy tranquilo y cansado. No soy consciente de lo que pasa, pero creo que es una pesadilla, porque hay algo que me estorba, me incomoda, me desespera, pero no sé qué es. Aliviado, siento mientras duermo, que sólo fue un horrible sueño que ya dejó de ser, para dar pasó a un reposo apacible el resto de la noche. Aunque siento el sudor en mi espalda debido a la agitación de esas espantosas punzadas que sentía en los pies, acomodo la almohada, recojo las cobijas y entre sueños dispongo el cuerpo para estirarme cuan largo soy sobre mi cama, con unas sábanas húmedas que huelen a sangre y están pegadas al colchón. El olor a sangre es fuerte, pero no comprendo qué pasa. No sé de dónde proviene el olor. Poco a poco todo se convierte en agitación otra vez. Las sábanas se desordenan, mi almohada se mueve y a los lados siento movimientos de otros cuerpos, cuerpos más pequeños que corren rápidamente alrededor. Una perplejidad silenciosa, traumática, se instala en aquellos instantes y también aquellas picadas, aquellos alambres de púas que le diría a mi mamá luego, sentía mientras dormía. Son muchos los ataques punzantes que siento, ya no en mis pies, sino en mi cara. Mi rostro está cubierto por miles de qué... no sé... como de pequeños rasguños... de fastidio... de un espanto que no me deja dormir, ni tampoco despertar, porque no puedo reaccionar y el olor a sangre es más fuerte. Hay más que antes, incluso cuando mi mamá enciende el bombillo, yo me despierto y la abrazo, porque ella me coge y me alza y se pone a llorar cuando ve mi camiseta, una camiseta amarilla empapada en sangre -sangre de verdad, ya no en sueños- y mi cara con mordeduras por donde sale la hemorragia. Mi mamá me lleva a su cama, me limpia la cara y me cambia la ropa. Me toco el ombligo, y siento mordeduras. En las manos también. Escucho a mi papá golpeando con una escoba, por debajo de mi cama. Unos chillidos agudos se extienden a lo largo de mi casa durante unos momentos, luego todo se silencia y mi mamá y mi papá me consienten un rato. Nos acostamos los tres en la cama y ellos hablan sobre si debo ir al colegio, mientras yo me quedo dormido y siento ahora las caricias de ellos dos. Duermo el resto de noche que queda y no sueño nada, sólo siento la molestia de las mordeduras cuando despierto. Pienso que mi mamá se ha levantado para alistarme el uniforme porque se ha hecho tarde. Pero no, creo que no iré al colegio porque mi papá me dice que me llevará para al hospital a que me pongan la vacuna. Mi mamá se acerca. Le dice a mi papá que va para la plaza de mercado. En el hospital me entero que iban a comprar un gato.