viernes, 26 de diciembre de 2008


Olvidos

Genoveva por favor, no te saques los mocos. Genoveva sacó el dedo índice de la nariz. Ráscame la espalda que tengo piquiña. Ramiro actuó de inmediato y empezó a rascar con las uñas donde Genoveva decía. Tienes ese don de volver desagradable todo. Ella cerró los ojos y sintió cosquillas. Mira que tengo ganas de refajo, hace tiempo que no tomamos refajo Ramiro. Sus manos exploraron la piel de Genoveva. Y yo tengo ganas de carne asada. Genoveva se chupó el dedo índice. Pues vamos, almorzamos y luego damos una vuelta por el parque san Diego, que hace rato no vamos. Ramiro se acomodó bien en las nalgas de ella. No te tires pedos, no seas cochina. Se tapó la nariz y ella soltó una carcajada. Qué quieres, que se me tuerza una tripa. Él, de todas formas, le siguió sobando la espalda. Pues no, pero aprieta y agüántate. Ambos se quedaron en silencio hasta que él terminó de sobarle la espalda. Ella medio dormida escuchó que Ramiro dijo: vamos que tengo hambre. Ella se enderezó y le dijo: Ven, y le dio un beso. El accedió y se besaron otro ratico. Ramiro se puso el pantalón y Genoveva se puso el chal. Ramiro alistó las llaves del mercedes y esperó en el pasillo a que su mujer saliera. No te eches colorete que así te ves bien. Genoveva salió de la alcoba, cerró la puerta y los dos caminaron hacia el ascensor. Ella como estaba detrás de él aprovechó y le pellizcó la nalga. Ramiro sin mirar le dijo: Genoveva... Qué, respondió. No seas puerca. Y ahora qué hice. Sácate el dedo de la nariz. Ramiro, no jodas, que ya estamos viejos. Su esposo suspiró y negó con la cabeza. En la puerta del ascensor, Ramiro sintió una erección y Genoveva se dio cuenta. Ella empezó a reír como una loca a carcajadas y lo empezó a abrazar cuando se cerró la puerta del ascensor. Ramiro no se dio cuenta ante aquel pequeño acto de adolescencia, que el ascensor empezó a subir y que el primer piso no era ese, sino la azotea, cuando la puerta se abrió. Genoveva dijo: ven, empecemos por volver a mirar la ciudad de noche. Entonces a Ramiro se le empezaron a escurrir las babas otra vez.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Microcuento

Sangre de verdad

Siento chuzones en las plantas de los pies. Pareciera que con un alambre de púas alguien me raspara la piel. Me muevo, tratando de no sentir aquella sensación. Momentáneamente desaparecen, pero nuevamente siento aquellas punzadas tan extrañas. Doblo las rodillas y trato de patear aquello que me fastidia y que no sé qué es. Me defiendo sin poder abrir los ojos. Siento un colmillo enterrándose en mis dedos. Todo está oscuro, difuso y sin salida y me muevo tratando de salir de aquella situación. De repente, dejó de sentir eso que me picaba los talones. Todo queda en calma unos instantes. Estoy tranquilo y cansado. No soy consciente de lo que pasa, pero creo que es una pesadilla, porque hay algo que me estorba, me incomoda, me desespera, pero no sé qué es. Aliviado, siento mientras duermo, que sólo fue un horrible sueño que ya dejó de ser, para dar pasó a un reposo apacible el resto de la noche. Aunque siento el sudor en mi espalda debido a la agitación de esas espantosas punzadas que sentía en los pies, acomodo la almohada, recojo las cobijas y entre sueños dispongo el cuerpo para estirarme cuan largo soy sobre mi cama, con unas sábanas húmedas que huelen a sangre y están pegadas al colchón. El olor a sangre es fuerte, pero no comprendo qué pasa. No sé de dónde proviene el olor. Poco a poco todo se convierte en agitación otra vez. Las sábanas se desordenan, mi almohada se mueve y a los lados siento movimientos de otros cuerpos, cuerpos más pequeños que corren rápidamente alrededor. Una perplejidad silenciosa, traumática, se instala en aquellos instantes y también aquellas picadas, aquellos alambres de púas que le diría a mi mamá luego, sentía mientras dormía. Son muchos los ataques punzantes que siento, ya no en mis pies, sino en mi cara. Mi rostro está cubierto por miles de qué... no sé... como de pequeños rasguños... de fastidio... de un espanto que no me deja dormir, ni tampoco despertar, porque no puedo reaccionar y el olor a sangre es más fuerte. Hay más que antes, incluso cuando mi mamá enciende el bombillo, yo me despierto y la abrazo, porque ella me coge y me alza y se pone a llorar cuando ve mi camiseta, una camiseta amarilla empapada en sangre -sangre de verdad, ya no en sueños- y mi cara con mordeduras por donde sale la hemorragia. Mi mamá me lleva a su cama, me limpia la cara y me cambia la ropa. Me toco el ombligo, y siento mordeduras. En las manos también. Escucho a mi papá golpeando con una escoba, por debajo de mi cama. Unos chillidos agudos se extienden a lo largo de mi casa durante unos momentos, luego todo se silencia y mi mamá y mi papá me consienten un rato. Nos acostamos los tres en la cama y ellos hablan sobre si debo ir al colegio, mientras yo me quedo dormido y siento ahora las caricias de ellos dos. Duermo el resto de noche que queda y no sueño nada, sólo siento la molestia de las mordeduras cuando despierto. Pienso que mi mamá se ha levantado para alistarme el uniforme porque se ha hecho tarde. Pero no, creo que no iré al colegio porque mi papá me dice que me llevará para al hospital a que me pongan la vacuna. Mi mamá se acerca. Le dice a mi papá que va para la plaza de mercado. En el hospital me entero que iban a comprar un gato.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Microcuento

El Antihéroe

Camina dos pasos. Antes de cruzar la avenida, da media vuelta al norte sobre el andén de cemento. Avanza torpemente. Algunos personajes tienen botas. A decir verdad, muchos tienen botas. Pasan las busetas. Frenan, recogen gente, pitan, aceleran. El mientras tanto continúa caminando. Se detiene. Frente al batallón, espera. Otros entran. El espera. Sus zapatos están sucios. Mira de lado. Luego al frente. El sol ya no está. Se escucha el sonido uniforme de las botas. Él avanza medio paso. Hay un antejardín. La entrada que cruza la verja está sucia. Hay un tapete verde cruzando la puerta. Avanza. Otros tienen prisa. Él avanza. Mira hacia dentro. Espera. Nuevamente camina. La baldosa es blanca. Llega a la fila. Se detiene. Los zapatos del que sigue en la fila, son negros. Tiene un blue jean. Paciencia. Espera su turno. Un soldado le dice, siguiente. En el vidrio donde atiende, hay un aviso que dice: Remiso.

jueves, 30 de octubre de 2008

Microcuento

El Miedo

Los nuevos vecinos, quién sabe, no los conocemos, Tal vez la persona que pasa por el lado, no sabemos de dónde es, ¡pilas! La cara de ese tipo no me gusta, Cerremos con doble llave, pongámosle tranca a la puerta, No vayamos por allá, es peligroso, Mi mamá me decía que esa gente era rara, No hablé con él, Mi novia me aprieta la mano, apriétame la mano, me ha dicho con la mirada, Yo miro hacia atrás, uno no sabe, qué tal, En la mañana escuché que esta Ciudad es la más peligrosa del mundo y Que el Centro, ni se diga, Y saber que tengo que cruzar el Centro a pie para ir a la Biblioteca, porque tengo que estar en media hora, Dudo, ¿voy o no? Mijito, quédese, no vaya por allá. (Muchacho no salgas, le grita mamá) y lo que tengo qué hacer, Dudo, Voy, sí. No, mejor no, Hago caso, Más bien me quedo en mi casa, Mirando televisión, esperando el comienzo del noticiero, tal vez digan cómo está la cosa allá afuera, Si lo dicen, es por algo.

martes, 21 de octubre de 2008

Microcuento


Irremediable

Llega al séptimo piso y desde la puerta del ascensor ve el aparato con el que soñó toda la noche. No ha podido dormir, el ruido de la máquina se ha quedado viviendo en su cabeza. La noche la pasó en vela, entre los números de las transacciones y ese ruido extraño que nunca había oído. Últimamente ha sido así, casi no duerme y cuando puede, su esposa le ha dicho que se pone a hablar. Ella trata de despertarlo, pero es inútil mijo, le dice, sumercé sigue hablando. En la mañana se levantó, desayunó y llegó al banco en taxi. Ya tiene sueño y apenas son las ocho. Dicen que el aparato donde ahora tiene que hacer todas las operaciones diarias como auditor del banco es un computador, el primero que llega a Colombia. Él no sabe bien cómo funciona. Apenas maneja lo que tiene que manejar. Los gringos que vinieron a instalarlo y que se demoraron una semana haciéndolo, fueron quienes lo capacitaron para que aprendiera a manejar esa gigantesca máquina que ocupa todo un piso del edificio. De eso a hoy, han pasado unas semanas y día a día el ruido es más insoportable y teme por su salud. Varios de sus compañeros que también recibieron la capacitación, han tenido que ir al médico. Tres de ellos ya han sido internados en una clínica de reposo y al resto les han formulado algunas dosis de calmantes. Todo por culpa de ese ruido. Pero qué le vamos a hacer, piensa, cuando cruza la puerta del ascensor y se dirige a su escritorio. En el camino se encuentra con el doctor Valencia, el ingeniero de sistemas –el único ingeniero de sistemas que existe a un par de millones de kilómetros a la redonda. Lo saluda, buenos días doctor. Cómo está, contesta Valencia, y ambos siguen de largo. Busca en qué sentarse y comienza a revisar los cheques de algunos clientes. La mañana que parece eterna, transcurre sin problemas. El computador sigue su ruido incesante y él a eso de las 11 comienza a bostezar.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Microcuento


Voy a Tomar Medidas

Que me voy, que me quedo, que no sé. Siempre la indecisión. A veces me siento, a veces me pongo de pie, o camino por el corredor. Que mejor así, que mejor no, que mejor de tal forma. Al fin qué. No sé. Me pongo el condón, me lo quito, lo boto, pongámonos otro, mejor así, mejor sin condón. Será que sí, será que no. Siempre la indecisión. Este es mejor, este es peor, esto esta mal, esto esta peor, peor peor, pero mejor. Al fin qué. No sé. Que mejor así, que mejor no, que mejor de tal forma. Qué más da. Sin ánimos, con ganas, a veces bien, a veces mal. Delirante y pesimista. Me gustan esas, me gustan las otras, me gustan aquellas. Mejor no señorita, mejor no llevo nada. Al fin qué. No sé. Y mientras tanto el mundo da vueltas, avanza, y yo me vuelvo un ocho decidiendo si me decido. Que mejor sí, que mejor no, que mejor de tal forma. Me duermo y me despierto, tengo sueño, a veces no. Me levanto con ganas de levantarme; o no, me levanto con ganas de acostarme y finalmente cerrar los ojos para nunca más abrirlos, o cerrarlos tal vez. Qué será mejor. Siempre la indecisión.

lunes, 6 de octubre de 2008

Microcuento

Determinación

8 de la mañana. Hay un hombre sentado en la banca de un parque, con las piernas cruzadas y el periódico abierto. El hombre lee atentamente. Mira el aviso fúnebre que mandó publicar el día anterior. Arriba, en negrilla, resalta su nombre; en el medio aparece la invitación de sus familiares a las exequias; y abajo, la dirección de la funeraria. Así quería que quedara. Satisfecho, cierra el periódico, se levanta, camina y se dirige a su apartamento con cierto apuro. Al llegar, desconecta el teléfono.Todo será sin más preámbulos.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Microcuento


El Infiltrado

Un amigo mío, periodista deportivo que trabajaba en la televisión, me invitó a un partido de fútbol que tenía que jugar con otros de sus colegas. Cuando nos encontramos me dijo, primero lo miran a uno mal, pero luego uno se acostumbra. Al llegar a la cancha donde se disputaría el partido, mi amigo se encontró con sus amigos que también trabajaban en la televisión. A la mayoría los había visto alguna vez desde que estaba chiquito, cuando miraba tele con mi papá en la sala de mi casa. Había desde simples reporteros y practicantes, hasta presentadores, comentaristas y narradores estrella de las transmisiones deportivas que pasaban a cada rato por los canales nacionales. Uno a uno saludaban a mi amigo y le preguntaban quién era yo. Él les respondía que era un amigo de la universidad que había invitado para reforzar al equipo. Cada quien me saludó, hola, qué tal, mucho gusto, Tomás, les decía y pasaban de largo hasta los camerinos. Mi amigo me dijo que también teníamos que ir a cambiarnos. El camerino era pequeño. Apenas podíamos movernos. La mayoría ya se habían desvestido y echaban chistes antes de ponerse el uniforme que los identificaba como el equipo de los periodistas deportivos. Algunos hacían comentarios sueltos sobre los hijos, la novia, o la moza; Otros hablaban sobre tal jugador, tal jugada, o tal partido, que habían dado la semana pasada. Sin saber qué hacer, qué decir o cómo actuar, me puse el uniforme que mi amigo me lanzó para que me lo pusiera rápido. Todos ya estaban listos. Algunos empezaron a salir caminando, corriendo o, hablando con el compañero alguna tontería directo a la cancha. Mi amigo me dijo que me esperaba afuera allá para calentar un poco antes de iniciar el partido. Yo le dije que sí y me cambié rápido. Salí pronto, advirtiendo que casi me caigo por el pasillo cuando tropecé con un balón que habían dejado por ahí. Creo que en ese momento alguien me gritó que caminara rápido porque el otro equipo ya estaba calentando. Yo me acomodé, miré si alguien me había visto y continué corriendo con más cuidado. Cuando entré a la cancha no había nadie. Solamente me di cuenta que habían dejado muchos televisores encendidos, distribuidos alrededor del campo, con la imagen de un plano general de la cancha. Al único que vi fue a mi amigo que estaba parado en una de las porterías, señalándome con el dedo y diciéndome que me acercara a él. Yo le hice caso y corrí, un tanto incómodo porque los guayos que llevaba puestos me quedaban apretados. Yo le pregunté qué pasaba y el me respondió con otra pregunta, ¿cara o sello? Me quedé en silencio un rato y le dije, sello. Él lanzó la moneda y cayó cara. Escojo la portería, dijo. Entonces tomé el balón y me dirigí al centro de la cancha. Miré a los lados y escuché los comentarios de los periodistas deportivos que había visto antes en el camerino. Algunos opinaban sobre cómo sería el partido próximo a disputarse y en qué condiciones llegaban los jugadores para asumir el compromiso. No les puse cuidado a lo que decían. Yo sólo esperaba la orden de mi amigo para mover el balón. Lo miré a los ojos. Y en el momento en que cogió el silbato y se lo llevó a la boca para dar el pitazo inicial, mis manos cogieron el control y presionaron la tecla channel rápidamente antes de que iniciara el partido y los periodistas deportivos empezaran con la perorarata que dicen siempre. Todo se silenció y no vi a nadie ya. Sólo sentí el roce del sofá de mi casa, para darme cuenta que estaba sentado frente al televisor del cuarto de mis papás. En el monitor aparecían las alineaciones del Manchester United y el Chelsea, y veía que los hinchas cantaban el himno de la Champions League. Entonces respiré profundo.
Sentí admiración propia por haber cumplido la misión. Sé que muchos estuvieron agradecidos, por haber dejado encerrados a los amigos de mi amigo en un canal que ningún servicio de cable podría correr el riesgo alguna vez de poder sintonizar.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Microcuento


Radio Futura

En Radio Futura todos los disc jockeys representan el pasado. Desde Héctor, el dj del turno nocturno, hasta Fernando Silva, el director, dueño ampuloso de la cadena. Todos viven un futuro pasado que los dejo sin presente y sin futuro en el futuro. Radio Futura programa la música que integró la generación de la década pasada. Ahora, los que antes animaban las fiestas, vestían camisetas apretadas y eran los ídolos de las minitecas, son aquellos especímenes oscuros que la historia ha dejado y que esconde en el fondo de la cabina de Radio Futura. Radio Futura perfecciona aquella manifestación de incredulidad ante el paso del tiempo. La estación joven de aquella época en que los oyentes llamaban para ganar boletas y asistir a los conciertos que la emisora organizaba con los mejores artistas del rock en español, ha quedado olvidada y recordada como pieza de museo con el ingreso de nuevos ritmos musicales que cautivan a los nuevos radioescuchas perdidos en la inmensidad del FM. Ya su música no suena, ya sus oyentes se fueron. Ahora solo queda la nostalgia, el recuerdo, la memoria de los dj's cuarentones de Radio Futura que ven sus barrigas más grandes y creyendo que sus voces cada ves son más jóvenes. Eso es doloroso, para mi por lo menos. Cada día comienza la programación de Radio Futura con la franja retro que para ellos es el top 20 y que anuncia al número uno de la lista como el supuesto hit parade del último verano en los Estados Unidos, con el anuncio de un nuevo patrocinador que es el mismo de hace quince años.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Microcuento

Foto: Anónimo Piña (Facebook)

Señor Cara de Rombo

Nadie se da cuenta por supuesto, pero generalmente, yo llevo las medias rotas. Tengo medias de todos los colores y las combino de muchas maneras.
Hay medias de dibujos animados, de futbolista –esas son mis favoritas-, de rayitas, de rombos y de deditos.
El tamaño del roto que tiene la media, varía según lo costosas que sean.
Si son de las caras, el roto es pequeñito.
Sin son de las baratas pues ni se diga: el agujero de la capa de ozono es más pequeño que el de mis medias.
A veces el roto está en el carcañal.
Otras veces, en la punta del dedo gordo.
También, si el roto se agiganta, opto por cortarlas con una tijera para que me queden hasta la mitad.
Mis mejores medias, mínimo mínimo, tienen mayita, o sea, ese roto que no es roto, que es transparente y que hace curso para convertirse en un exquisito agujero.

Con las medias rotas, la pecueca no es problema. La transpiración en los pies tiene solución. Como deben entender, siempre hay ventilación que combata el mal olor.

Desde chiquito he llevado las medias rotas.
Y no porque mi mamá no tuviera plata para comprarme medias buenas, si no porque ha sido siempre mi obsesión.
Los rotos en mis medias son mi mayor expresión


lunes, 25 de agosto de 2008

Microcuento


Espejismo

Los sueños son caídas y tristezas. Aventura y choque. No se ubican ni en el día ni en la noche. Son lejanos y escurridizos. Se caen y se rompen. Pertenecen al mundo de las tinieblas, al mundo de lo oscuro y de lo amargo, de lo que al final se llama, la desilusión.

viernes, 8 de agosto de 2008

Microcuento


Sobreesfuerzo

La etapa de hoy está por terminar.
Tres ciclistas disputan la victoria en los últimos cincuenta metros.
El ciclista de rojo va por la derecha,
el de azul por el centro y
el de blanco por la izquierda.
Ninguno de los tres ciclistas se resigna a perder.
La pancarta de meta anuncia el final de cinco horas intensas de carrera.
El ciclista de rojo se ha cruzado a la izquierda y ha perdido opciones de triunfo; el de blanco hace un mayor esfuerzo, se mantiene sentado sobre su bicicleta, pero no logra superar al ciclista de azul, quien mira hacia atrás, levanta las manos, suelta el manubrio y se persigna al cruzar la meta.
El ciclista de azul celebra, es felicitado por los otros dos competidores y baja de la bicicleta. Su entrenador lo abraza.

En el podio, el ciclista de azul escucha el himno nacional de su país.
Luego se pone la camiseta amarilla de líder, recibe un ramo de flores y un muñeco de peluche de parte de la modelo, a quien besa en ambas mejillas.
El ciclista abre su mano izquierda y saluda al público.
Se retira lentamente.

Al bajar del podio, dos de los médicos oficiales de la competencia, lo toman de cada brazo y le ordenan cortésmente pasar al cuarto de muestras.
Él acepta sin problemas,
caminando satisfecho y
saludando a los aficionados
que le gritan detrás de la baranda de seguridad.
Antes de llegar al lugar indicado por los médicos, el ciclista de azul que ahora tiene la camiseta amarilla, se detiene y manda un beso con la mano a alguien, que según diría la prensa días después, es su esposa que está mezclada entre el público.
La algarabía no se hace esperar.
El pedalista se siente orgulloso.
Es la última vez que sentirá tanta emoción, antes de ser expulsado de la carrera.
Los médicos de nuevo le ordenan amablemente seguir al cuarto de muestras.
El corredor da media vuelta y entra.
La puerta se cierra.

lunes, 28 de julio de 2008

Microcuento


Talento

Pido la revista al bibliotecario y me siento en una de las mesas de la hemeroteca. Abro la revista. Ojeo cada página de atrás hacia delante. Busco con ansiedad. No lo encuentro. No está mi cuento. No está mi nombre. Miro con cuidado, me rasco la nariz y observo el índice de la revista. No está, concluyo. Respiro tranquilo. Con alivio alzo la cabeza y me pongo de pie. Salgo, camino rápido hasta mi casa. Llego y enciendo el computador para ponerme a escribir. Comienzo y lo hago con vértigo. Escribo una o dos páginas. Al redactar la última frase, descanso. Luego releo. Corrijo. Duermo. Al otro día despierto y acostado en mi cama vuelvo a leer lo escrito la noche anterior. No hay remedio, creo. Al terminar, boto la hoja a la basura. Me levanto, tomo la toalla y voy a la ducha, convencido de que nunca podré ser escritor.

jueves, 24 de julio de 2008

Microcuento


Fuga

Soy un asesino. Me buscan en estos momentos. Estoy escondido en la habitación de un motel. Una pareja me mira asustada. Cuando entré se cubrieron con las sábanas. Les apunté con mi pistola. Ella se aferró a él de manera distinta a como lo hacía antes de llegar y haberlos asustado. El me dijo algo, no recuerdo qué. Con cierta calma, le hice la señal de silencio apuntándole a la cabeza. Hizo caso. La mujer no se movió durante unos minutos. Sin duda estaba conmocionada, cómo no. Yo lo único que hice fue mirarla, un poco para tranquilizarla. El hombre no sabía qué hacer. La situación es extraña. El hombre creía que haría quién sabe qué cosas. Pero yo no quería nada. Solamente esconderme de la policía. Tienen acordonada la zona y son escasas las posibilidades de salir con vida. No sé cómo estoy acá. Podría ya estar muerto. Tengo sed. Hay una cerveza encima de la mesa de noche. Me la bebo. La mujer, a pesar de la situación, está tranquila. Me ha pedido permiso para levantarse y recoger la ropa. Yo le digo que sí, pero que todavía no se vistan. La mujer acepta. Veo que se levanta. El hombre mira si yo la miro. Se cubre con una cobija. Su cara es bella. Parece que esta pareja la estaba pasando bien cuando entre de forma abrupta a la habitación. Los dos estaban desarropados. Ella encima de él, contoneándose despacio, sin afán, sin apuro. Miro la posibilidad de pasar allí unas horas. No sé, pediría al menos disculpas por haber dañado el momento, también una cerveza para ellos y para mi y al final, me acostaría a mirar un canal porno, mientras les explico qué fue lo que pasó y por qué me están buscando por homicida. Lástima que escucho las pisadas de los agentes de la policía que avanzan despacio por el pasillo. Me gustaría quedarme tranquilo donde estoy, toda la noche.

viernes, 4 de julio de 2008



Tragedia

Fue el sueño de la noche anterior: voy caminando luego de salir de un banco. Dos hombres se atraviesan para robarme. Uno de ellos trata de sujetarme, pero no puede y salgo a correr. Ambos ladrones me persiguen. No sé por qué huyo si no llevo nada, ni dinero, ni cheques que me puedan robar. Pero de todas formas lo hago y corro como una cuadra hasta cuando me canso y los dos tipos me alcanzan.

Entonces les veo la cara y ahí viene la parte rara del sueño. Ambos hombres son mis dos hermanos. El uno con un cuchillo y el otro con una pistola. Yo me escondo detrás de una carrotanque, un carrotanque viejo, de color rojo, que estaba ahí. En el recuerdo está que también saco mi pistola y me agacho por el lado de la puerta del conductor. La pistola es del vigilante del edificio donde trabajo y que no entiendo por qué está allí. Uno de mis hermanos, el que también tiene pistola, se agacha para mirar dónde estoy. Yo me doy cuenta, también me agacho y ambos nos miramos por debajo del carrotanque. Mi hermano me apunta con la pistola y va a disparar, pero yo me adelanto y lo hago primero. La bala le entra por el ojo izquierdo y lo deja tirado en el suelo. Naturalmente me estremezco y pienso que estoy metido en un problema porque nadie me va a creer que mis dos hermanos eran ladrones que me iban a robar.

Como pasa en los sueños, hubo una laguna, algo que no recuerdo. Sólo conecto las imágenes metido entre el carrotanque, sentado en el asiento de copiloto y a toda velocidad por una avenida desocupada. Quien maneja el carrotanque es mi papá. Escucho que dice que maté a mis dos hermanos. Yo levanto la pistola y me apunto a la cabeza. Disparo y siento complacencia de morir. Pero la bala entra y no muero y ahí sí me asusto, porque pienso que me van a meter a la cárcel. Y eso no me gusta. Aparte de matar a mis dos hermanos, voy a terminar en la cárcel. Entonces me muevo de un lado para el otro y a la pistola le queda sólo una bala y pienso en volverme a disparar. Pero antes de hacerlo, otro disparo se escucha, el carrotanque pierde el control, se estrella contra una casa y queda volcado sobre un andén. Una llamarada envuelve el vidrio panorámico. De repente escucho una gran explosión y veo las paredes blancas de mi cuarto.

jueves, 26 de junio de 2008

Microcuento


Montonera

(1)
Era una mujer de tetas grandes
No sé si tenía un culo gigante, el abdomen plano, los ojos preciosos o los dientes perfectos.
No sé.
Apenas me acuerdo que se subió en la estación de la 32 y que
yo escuchaba música en mi walkman.
Había sobre cupo.
Todo el mundo se empujaba.
Yo iba colgado del tubo horizontal que ponen para que uno se coja de ahí y no se caiga.
Era las cinco de la tarde.
Al bus no le cabía un par de tetas más.
Pero esas eran las últimas que cabían.

(2)
Quedamos pegaditos.
Ella con sus magníficas tetas pegadas a mi espalda,
apoyadas en mi columna.

(3)
Me sorprendió, o me sorprendieron.
Cada teta a lado y lado.
Qué duras eran y,
a las vez qué suaves.
Las imaginé deliciosas.
De pezón café claro.

(4)
Fue un momento sugestivo:
La gente empujaba,
el bus saltaba
y sus tetas se encaramaban más sobre mí.
Eran las tetas mejor imaginadas de toda mi vida.
Redondas, paradas, tensas.
¿Serían operadas?, pensaba después.
Era como un masaje para ese eterno dolor de espalda
que llevo desde hace años a cuestas (o, a espaldas).

(5)
Creería que fue intencional.
Sabía lo que hacía.
Y su propósito se daba.
¿Quién la besaría cuando llegara a casa?
¿Quién miraría sus tetas y se desgarraría en besos?
Quisiera ser yo.
Sin importar su cara, sus manos, sus hombros.
Quisiera ser yo.
De espaldas, sobre la cama.
Ella sobre mí, acariciándome con sus tetas,
con sus pezones suaves,
rozándome lo brazos.
Quisiera ser yo.

(6)
Volviendo en sí,
mientras el bus hace su parada en la siguiente estación,
en la de la 39,
y la gente empieza a salir
y el contacto con ella se empieza a perder,
con el tumulto, con los empujones,
mientras estoy de espaldas
y tardo en reaccionar para dar vuelta
y saber quién era la portadora de aquellas fulgurantes tetas,
que construyeron una corta armonía de estación a estación,
que me dejaron atónito y enamorado
por el resto del camino
contento y feliz.

(7)
Finalmente no supe quién era.
Bajó del bus,
pero no importó.
Se fue y ya
y el bus quedó como vacío,
sin las tetas que tanto apretujaban,
sumido en un silencio palpitante,
con las ventanas abiertas
y el aire entrando frío,
fresco.

sábado, 7 de junio de 2008

Microcuento


El Plato de Hoy

Una mesera bota su delantal encima de la mesa. A la mesa le da patadas. Me cansé de esto señor, le dice al dueño la mesera. La mujer agarra la mesa la levanta y la tira al suelo. Yo no soy su sirvienta señor, grita. Lo clientes del restaurante quedan en silencio. La mesera se acerca a la barra. Mire señor, su actitud pendenciera daña mi vida. No se escucha ni una mosca. Al lado del dueño, una mujer gorda y bajita lo acompaña. La cara de la mesera se acerca a la del dueño. Con la lengua roza los labios del tipo. El hombre está inmóvil. Si supiera qué clase de hombre es él, vomitaría señora, dice la mesera que se quita la blusa de un solo movimiento. Ella misma con sus manos acaricia sus senos. Son grandes. Ni como jefe ni como amante ni como papá señor. Con sus propias manos aprieta sus pezones. Hasta hoy es usted eso para mi señor. Me voy, es la última vez que me ven. La mujer gorda y bajita que está al lado del dueño mira con asombro la escena. Chao mamá, dice la mesera a la mujer. Los clientes no se mueven. La mesera coge el abrigo y se lo pone. Por último le da una patada a una botella que hay en el piso. Camina hacia la puerta. El dueño recoge los vidrios rotos que dejó su hija. El ruido vuelve al lugar. Nadie se va. Historias como esta suceden a menudo en el restaurante.

martes, 3 de junio de 2008

Microcuento


"Nuestra Tele"

Ella ve la televisión. Yo la miro. No sé si mirarla o mirar la telenovela que ella mira. La luz de la habitación está apagada, sólo está iluminada por la luz del televisor. El volumen es alto, insoportable. Ella está acostada, atenta, sonriente, mirando la telenovela. Yo en cambio quisiera coger esa mierda de televisor y botarlo para la mierda. Pero prefiero mirarla así no me mire, así prefiera mirar el puto televisor, el puto televisor que nos mira cuando yo la miro.

***

No soy capaz de nada. Quisiera besarla, decirle que la quiero, que apague esa mierda, que hagamos el amor, que me ayude a ser feliz. Aunque bueno, no quiero ser feliz –¿qué es ser feliz?-.

***

Opto más bien por mirar el techo, la teja de zinc blanca, la foto de ella en la pared, las luces del barrio que se ven por la ventana. No puedo. Creo que es mejor cerrar los ojos, pero el ruido del aparato ni siquiera me deja. No puedo. Entonces me rindo. Miro el televisor: una mujer que llora, un hombre que le pide perdón y una música incidental que tapa los diálogos de los personajes en la escena. Yo no entiendo, no entiendo lo que dicen, pero ella entiende lo que yo no entiendo y se asombra, y dice, mucho hijuemadre, y se rie y yo la miro y prefiero callar. Entonces suplico: que se vaya la luz, que la ciudad se quede a oscuras, que el mundo no exista y que en el cosmos haya un espacio para los dos, un espacio para los dos sin el hijueputa televisor.



lunes, 19 de mayo de 2008

Microcuento



Deber Cumplido

Se casó con quien no debía, tuvo un hijo con quien no debía, fue hijo de quien no debía y para completar, estudio lo que no debía en la universidad que menos debía. Pero lo curioso es que siempre hizo lo debido. Lo indebido fue lejano. Y de hecho, todos piensan que ha hecho lo debido. Pero él piensa lo contrario mientras está con esta esposa indebida, con este hijo indebido y con estos papás que no han hecho sino decirle qué es lo debido, cuando todos miran televisión en la sala de su casa. Los ve a todos y piensa que no ha hecho lo debido, que lo debido era hacer lo indebido y que bueno, ya no hay forma de cambiar lo que puede ser eternamente indebido transformar, porque todos se aterran cada vez que él indebidamente sobrepasa los límites de lo debido, rodeando a este impedido hombre indebido que vuelve siempre a su cauce normal.

domingo, 11 de mayo de 2008

Microcuento


¿La culpa es de la vaca? No, de Alvarado que no deja trabajar


Dedico el siguiente comentario rencoroso a Diego Alvarado, personaje empalagoso, mezcla entre Guía espiritual, hipyye de los 60, seguidor de Buda y creyente fervoroso de los libros de autoayuda.
Su carácter me enerva.


Tan idiota como siempre, llegas sonriendo a tu trabajo gritando –porque no hablas, gritas- que ese día será el mejor día de nuestras vidas. Tienes esa facultad estúpida para sonreír cada vez que lo dices. Y lo peor, crees que te creemos.

Bueno, hablo por mí. No sé el resto. Yo siempre me levanto creyendo que el día será igual que el anterior. O peor, para incomodidad tuya, maldito.

Porque eso eres Diego Alvarado: un maldito idiota. Nadie te quiere, así te sonriamos. Haces todo para que te quieran, pero no lo consigues. Ni tu esposa, ni tu mamá. Ni siquiera tus hijos. Se sabe que nunca has sido un buen ejemplo para ellos, porque ellos no creen en el buen ejemplo. Son distintos a ti.

Tu hijo sin ir más lejos, es un adolescente de 14 años que está formando su pensamiento con base en las lecturas de Marx, de Kant, de Rousseau, de Descartes; Su libro favorito es Rayuela.

Para ti en cambio, Riso, Chopra y Cony Méndez, son el faro espiritual que guía las mediocres lecturas que haces mientras trabajas, con la cara de persona interesante que pones cada vez que estás frente a estas magnas obras de la bobería humana y con las ridículas gafas que le lucían a John Lenon, pero a ti no, baboso.

Eres irritante. Y lo eres más, cada vez que te preguntan, cómo te va, y respondes, bien, muy bien y mejorando. Bien, muy bien y mejorando, repites. Ese agrio positivismo me cae mal. ¡Lo que más mal me cae de ti! Deberías morirte o al menos callarte, porque eres mejor persona cuando callas y nos dejas trabajar en esta oficina, que de por sí es aburrida y no soporta más un solo testimonio de vida relatado por ti, don Diego Alvarado, asistente, o, lambón de siempre y de turno del jefe de departamento, que cree que somos una partida vagos que nos la pasamos jugando todo el día solitario en el computador.

jueves, 8 de mayo de 2008

Microcuento



Ídolo

(Microcuento publicado en la revista El Malpensante. Edición No. 85)
Un tenista suramericano se prepara en el camerino, previo al partido de primera ronda que disputará en pocos minutos.
Ha llegado hace tres días y a penas ha entrenado un par de veces.
Hace un año, en este mismo torneo, no pudo pasar de primera ronda, lo cual quiere decir que, si logra la victoria, podrá ascender un par de casillas en el escalafón mundial.
El tenista suramericano llegó con los viáticos y sin su entrenador.
Adicionalmente, llega con un record negativo en esta gira europea.
De doce partidos jugados, ha ganado cinco y ha perdido siete. Uno de ellos por retiro, debido a una lesión.
Este tenista está listo para salir a la cancha:
los tenis están limpios,
la camiseta impecable,
el maletín al día y
las raquetas tensionadas.
Él sabe bien que tiene que ganar.
Hace unos años era el futuro del tenis de su país, pero han pasado los torneos y las temporadas y su rendimiento ha defraudado.
Muchos dicen que no pasará de ser un simple tenista, cuya máxima aspiración será estar dentro de los 100 mejores.
Todo eso lo piensa, antes que uno de los jueces golpee la puerta del camerino y le de la orden de salir a la cancha.
El tenista suramericano con su maletín listo, lleno de raquetas, avanza con él a través del pasillo.
En la cancha, las tribunas están casi llenas, aunque apenas unos pocos compatriotas suyos están sentados en las gradas.
Algunos lo aplauden.
Otros, simplemente lo miran.
El resto de los aficionados acuden al partido para ver a su rival, un tenista europeo con el que el tenista suramericano ha jugado desde que estaban los dos en la categoría junior y que ahora, está luchando por estar en el top ten de la ATP.
El juez de silla hace el sorteo.
El tenista suramericano ha ganado.

El partido comienza con una doble falta.

miércoles, 30 de abril de 2008

(Microcuento para mensaje de texto)


Una Sospecha

Nos miramos sin mirarnos cuando todos nos miran sentados en esta mesa redonda rodeada de gente que sabe lo indecible pero que no piensa lo impensable cuando sin mirarnos ella y yo hacemos lo innarrable.

miércoles, 23 de abril de 2008

Insert Coin

Desde ese día todos se empezaron a burlar de Alfredito.
Él se escapa de su casa para irse a jugar maquinitas a la tienda de la vuelta.
Era el jefe de los videojuegos en la cuadra y no había quien le ganara.
Su táctica era sencilla: atacar sin dejar de golpear al contrincante.
Tenía una buena velocidad en los dedos debido a la práctica de horas que había requerido para llegar a ese nivel.
Entre los vecinos era conocido como el rey del Mortal Kombat. Pocos se atrevían a desafiarlo.
Ni siquiera el hijo del dueño de la tienda podía derrotarlo.

Era mucho el dinero que dedicaba a aquella tarea.
Las monedas que depositaba para poder jugar, las sacaba a escondidas de la alcancía de su mamá.
Ella lo venía sospechando: cada vez tenía menos monedas, siendo que cada día echaba más al marranito.
Pero Alfredito no pensaba en eso cuando conseguía las monedas.
Simplemente las sacaba.
Lo hacía con un cuchillo abriendo el hueco de la alcancía, antes de salir a la calle e irse a la tienda.
Hasta ese día.

Muy temprano llegó.
Ya había derrotado a la mayoría de sus rivales.
Uno a uno habían caído y Alfredito se ufanaba de cada victoria.
No había contendor.
Solo quedaba el último combate.

Pero la suerte no estuvo aquella vez de su parte.
Y en el momento que batía un nuevo record, no supo cómo celebrar, y en vez de levantar los brazos, solo pudo contraer el cuerpo y agacharse hasta el piso y salir a correr.
Los vecinos de la cuadra empezaron a gritar y a chiflar.
No era para menos.
El rey del Mortal Kombat salía despavorido como un loco, subiéndose los pantalones y doblando el cuerpo hacia delante para evitar los golpes.
Acorralado, corrió pegado a la pared del andén.
Su mamá lo podía alcanzar con el palo de la escoba y nadie, ahí sí, lo podía rescatar.
Era el fin de la aventura.

Game over.